El lenguaje de los nuevos medios de comunicación. Entre Blade Runner y la acomodación al futuro

Dice Lev Manovich, de la Universidad de California, San Diego, en El lenguaje de los nuevos medios de comunicación (2001) que el director de cine Ridley Scott fue contratado en aquella añorada década de los 80 para crear un anuncio para la marca Macintosh de Apple. El director de Blade Runner (1982) había creado tendencia con su apasionante distopía, oscura, sucia, desesperanzadora e inquietante acompañada por la cósmica e hipnotizadora banda sonora de Vangelis. Un mundo ajeno a la naturaleza, en permanente negritud tanto de ambiente como de las almas que lo habitan, poblado por seres humanos y otros que, sin serlo, lo parecen y desean serlo, impotentemente, a su vez, luchando por sobrevivir entre altos edificios, grandes y avanzadas naves y asombrosos logros genéticos. Afirma Manovich:

Como ha señalado Peter Lunenfeld, Blade Runner (1982) y el ordenador Macintosh (1984)--que salen con dos años de diferencia--definieron las dos estéticas que, veinte años más tarde, siguen dominando la estética contemporánea, atascándonos en lo que él llama un "presente permanente". La película era una distopía que combinaba el futurismo y la decadencia, la tecnología informática y el fetichismo, el estilo retro y el urbanismo, Los Ángeles y Tokio. Desde el estreno de Blade Runner, su tecno negro ha sido repetido en innumerables películas, videojuegos, novelas y otros objetos culturales. Y aunque se han articulado varios sistemas estéticos fuertes en las décadas siguientes, tanto por parte de artistas individuales (Matthew Barney, Mariko Mori) como en la cultura comercial en sentido amplio (el pastiche "posmoderno" de los ochenta, el minimalismo tecno de los noventa), ninguno de ellos puede competir con la influencia que ejerce Blade Runner sobre nuestra visión de futuro" (p. 111).

Se pueden en verdad citar a varias películas más inspiradas en esta emblemática distopía. Tenemos la fantástica Dune (1984), inspirada en la obra de los sesenta de Frank Herbert, con el bildungsroman del joven Paul Atreides en su gesta por controlar el planeta desértico y poblado de titánicos gusanos donde se encuentra la misteriosa "especia"; tenemos, cómo no, a The Terminator (1985) que presenta otro bildungsroman. de este caso de una joven, Sarah Connor, y su tránsito de inocente camarera a mercenaria perseguida por el famoso y temible androide venido del futuro; tenemos, más posteriormente, y ya adentrándonos en el campo del arte pop oriental, a Akira (1992) y a Ghost in the Shell (1995), herederas apasionadas de esta estética de futuro tecnológico sin sentido ni esperanza. Todos ellos escenarios en los que brilla por su ausencia la paz y casi como quien dice cualquier clase de emoción positiva. 

Sin embargo, existe, tal y como dice Manovich, la corriente contraria: tecnología cada vez más afinada en diseño, más reluciente, más autónoma y más conveniente, de la que tal vez la cúspide actual, representando esta forma de pensamiento y consumo, sean los vehículos Tesla. La tecnología nos ayuda y ayuda al planeta, parece que estos productos parecen gritar al comprador. Es segura y demuestra tu posición como ciudadano del mundo moderno optimista y ganador, cumplidor eficiente de sueños y objetivos. Y, de esta guisa, estas dos perspectivas conviven en el imaginario de nuestras narrativas mentales, entrelazadas ya sin remedio con la tecnología, como si nos hubiéramos fundido con esta. Continúa Manovich:

Al igual que Blade Runner, la interfaz gráfica de usuario de Macintosh expresaba una visión de futuro, aunque muy diferente. Se trata de una visión donde los límites entre lo humano y sus creaciones tecnológicas (los ordenadores o los androides) están claramente trazados, y no se tolera el deterioro. En un ordenador, cuando se crea un archivo ya nunca más desaparece, excepto si el usuario lo elimina de manera explícita. Y aun así, normalmente se pueden recuperar los elementos eliminados. Por tanto, si en el "espacio de la carne" tenemos que esforzarnos en recordar, en el ciberespacio tenemos que esforzarnos en olvidar. (Por supuesto, mientras están en funcionamiento, el sistema operativo y las aplicaciones crean, escriben y borran constantemente diversos archivos temporales, y también intercambian datos entre la RAM y los archivos de memoria virtual del disco duro, pero la mayor parte de esta actividad queda invisible para el usuario).

También, al igual que Blade Runner, la visión de la interfaz gráfica de usuario ha acabado influenciando muchos otros ámbitos de la cultura. Esta influencia va desde la puramente gráfica (por ejemplo, el uso de elementos de la interfaz gráfica de usuario por los diseñadores de productos impresos televisivos) hasta la más conceptual. En los años noventa, a medida que iba creciendo la popularidad de Internet, el ordenador digital cambió el papel que tenía de una tecnología en concreto (una calculadora, un procesador de símbolos, un manipulador de imágenes, etc.) por el de filtro para toda la cultura, como una forma que mediatizaba todos los tipos de producción artística y cultural (p. 112)

A pesar de que el señor Manovich parece que no le ha dado nunca un mal golpe a un disco duro portátil (¡pues entonces sabría que sí que pueden desaparecerte los archivos!), dejando a un lado la torpeza humana y la obsolescencia programada las posibilidades de las nuevas tecnologías son casi divinas: objetivas, culminaciones de los últimos avances en tecnología y ciencia, construidas con materiales de larga duración y relucientes como el metal, infalibles, casi omniscientes y ahora, además, inalámbricas gracias a la tecnología WiFi. Y con ello viene una implicación psicológica: poseer uno de estos objetos tecnológicos y manejarlo a placer nos convierte a nosotros, según nuestra percepción, en casi igual de divinos. 

De esta forma, entre la avalancha continua de nuevos avances tecnológicos y las crisis sanitarias y económico-sociales por las que los ciudadanos del mundo estamos pasando, nos encontramos ante un discurso identitario, convenientemente reflejado en nuestras redes sociales, que refleja por un lado un ansia a los orígenes (los paisajes puros sin construcciones, el ansia por viajar para ver bosques, ríos, montañas y playas) y por otro la "tecnologización" de nuestro cuerpo (filtros de Snapchat, vídeos de TikTok, memes, etc.). Manovich nos habla del término "telepresencia", a través del cual podemos incluso no estar presentes, sustituidos por la tecnología que así nos lo facilite. Con lo cual, hemos pasado del ser a una mezcolanza entre hacer (uso de las tecnologías) y tener (esta clase de tecnologías) para configurar nuestra nueva teleidentidad y nuestro nuevo discurso narrativo en las redes. Como dice Manovich: "La telepresencia permite al sujeto controlar no sólo la simulación sino la propia realidad. Brinda la oportunidad de manipular a distancia una realidad física a tiempo real por medio de su imagen" (p. 226).

De esta manera, entre nuestros miedos distópicos y nuestro entusiasmo ante los nuevos avances, cada vez nos perdemos más a nosotros mismos hacia lo que tal vez sea una evolución más en la raza humana o bien la causa de su decadencia. Quien sabe si, en realidad, simultáneamente de ambas.

REFERENCIAS

Manovich, L. (2001). El lenguaje de los medios de comunicación. Barcelona: Paidós.

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